Lo que conocemos como “la respuesta del estrés” es una respuesta primaria en el repertorio de respuestas de nuestra especie con un gran peso fisiológico y con un significado evolutivo importante que ha servido durante siglos para relacionarnos con nuestro entorno natural. Lo realmente curioso del estrés es cómo esta respuesta tan básica, elemental y útil para la supervivencia del ser humano ha ido con el paso del tiempo adquiriendo también un gran componente subjetivo e interpretativo y no únicamente fisiológico y así, ha comenzado a funcionar no solo en un entorno físico o natural, sino también en un entorno social y cultural. El ser humano solemos decir que es mitad instinto mitad cultura, puesto que a diferencia del resto de especies animales posee la herramienta del lenguaje verbal que es sostén real de la cultura asociada a nuestra condición humana. Así, somos capaces socialmente y mediante el lenguaje de dotar de significado a todo un mundo configurado por nosotros mismos que se corresponde al entorno objetivo, natural y concreto o que incluso a veces dista mucho de él.
¿Por qué una respuesta adaptativa como el estrés es en la actualidad una respuesta desajustada en la interacción entre la persona y su ambiente y por tanto causante de malestar? Sencillo, es porque esta respuesta fisiológica no sobreviene ante una amenaza a nuestra integridad física, sino que se presenta cuando interpretamos que existe una amenaza a nuestra integridad psicológica. En lugar de desarrollar respuestas psicológicas adaptativas, continuamos respondiendo con respuestas fisiológicas, motoras y automáticas que preparan para la supervivencia, herencia de nuestra especie. Y esto tiene un coste para nuestra salud tanto a corto como a largo plazo muy importante.
Lo que no cabe duda es que el estrés rompe el equilibrio del organismo puesto que traslada subjetivamente a éste a una situación hostil. La percepción psicológica de un evento potencialmente peligroso precede normalmente a la respuesta fisiológica de ansiedad, pero esta percepción no es siempre consciente. A veces, una emoción, una sensación física, un estímulo del entrono sirven para desencadenar también de manera más o menos consciente una respuesta de miedo y ansiedad. Todos estos hecho desafían el bienestar del organismo y este ha de responder de algún modo.
Una situación es percibida como amenazante bien cuando la demanda del entorno nos parece excesiva, es decir, sobrepasa con creces lo que consideramos podemos abarcar incluso respondiendo adecuadamente; bien por falta de capacidad de respuesta, o lo que es lo mismo, no contamos con los recursos personales necesarios para responder o así lo creemos. Y ¿qué situaciones han sido a lo largo de diferentes estudios catalogadas en nuestro tiempo como situaciones estresantes? Pues como decíamos al principio una situación es estresante cuando de algún modo interpretamos que amenaza nuestra integridad psicológica y entre ellas se encuentran aquellas que:
amenazan nuestra seguridad
amenazan nuestra autoconfianza, autoestima, autorrealización
amenazan nuestra imagen ante los demás
amenazan nuestra inversión personal
el cumplimiento de alguna tarea
la posibilidad de conseguir algo muy deseado
ponen en riesgo las relaciones interpersonales
la relación de pareja y vida familiar
la sensación de utilidad
la posibilidad de éxito o nuestra dignidad
Pero también puede percibirse una situación como estresante cuando nos exige una sobreesfuerzo físico o mental como en el caso de:
toma de decisiones difíciles la obligación de asumir responsabilidades la obligación de realizar una tarea que implica mucha urgencia o incluso una respuesta agresiva cuando nos sometemos a una evaluación social situación muy desagradable, molesta o dolorosa situación tediosa y monótona
En este panorama no es de extrañar que la gran mayoría de personas que acuden a consulta, víctimas de un estrés diario en muchas ocasiones son casos relacionados con problemas en el entrono laboral (mobbing o acoso) o en el entorno familiar (algún miembro de la familia enfermo, relaciones deterioradas, desempleo, adicciones) principalmente. Lo que tratamos de resolver reforzando a la persona en el afrontamiento de la situación en cuestión. El objetivo último sería conseguir que el organismo perciba subjetivamente control sobre la situación y se prepare para afrontar la situación sin miedo y no perciba, por el contrario, esa falta de control que lo lleva inexcusablemente a la experiencia de ansiedad anticipatoria.
La terapia consiste fundamentalmente en reforzar las respuestas de afrontamiento potenciando los recursos de los que ya dispone la persona y se resumen en:
llevar a cabo una respuesta de acción directa en la que tratamos de cambiar la relación con la situación estresante haciendo uso de los recursos que ya poseemos o trabajando la adquisición de los más adecuados.
la búsqueda de información que nos lleve a la predicción de eventos relacionados con nuestra respuesta de ansiedad
reformular la situación y protegernos de pensamientos intrusivos, perniciosos y que agravan y mantienen la respuesta de ansiedad en el tiempo
la búsqueda de apoyo social, sobre todo emocional (sentirnos queridos, valorados y estimados)
dejar de lado y fuera de funcionamiento la negación, evitación, huída, autoculpa o afrontamientos paliativos donde medien drogas u alcohol
Se trata en definitiva de lograr un grado alto de inmunidad al estrés padecido y recuperar el funcionamiento sano y gratificante de nuestro día a día.
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